Una postal de Mónaco
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Antigua colonia fenicia y luego parte del imperio romano, el principado de Mónaco es el segundo estado más pequeño del planeta luego del Vaticano. Con casi dos kilómetros cuadrados de superficie, se erige entre las bajas estribaciones de los Alpes y el Mar Mediterráneo (con cuatro kilómetros de costa), al sudeste de Francia y a 15 kilómetros de la frontera con Italia. Por Sergio Núñez @F1SergioNez
Su nombre proviene de la palabra griega “monoikos” porque en el siglo VI antes de Cristo los griegos fundaron una colonia con ese nombre en la actual bahía monegasca. “Monoikos” refiere al dios Hércules, adorado bajo el nombre Hercules Monoecus.
La capital del principado es la ciudad de Mónaco -no Montecarlo, como suele creese- y es famosa por su casino de la Belle Epoque y su museo oceanográfico, que tiene uno de los acuarios más importantes del mundo. El resto del territorio se divide en tres diminutos distritos: Montecarlo, el sector turístico por excelencia, La Condamine, circundante al puerto, y Fontvieille, la zona industrial. Su soberano es Alberto, hijo de los célebres Grace Kelly y Rainiero III, y descendiente de una familia güelfa de Génova -los Grimaldi- que conquistó el territorio en 1297, hasta la invasión y anexión francesa a finales del siglo XIX del condado de Niza.
Mónaco es epicentro de actividades deportivas de fama internacional como el Abierto de Tenis y el Rally de Montecarlo, cuyo mentor, Anthony Noghès, fue también el impulsor del Gran Premio de Mónaco en 1929, cuando el principado realizó su primera carrera para Coches Especiales, el germen de lo que a partir de 1950 sería la F1. Esta temporada, la competencia disputará su 72º edición, ya que sólo cesó entre 1938 y 1947 -por la Segunda Guerra Mundial- y en el ’49; y ya como parte del Mundial, únicamente faltó cuatro veces: 1951, ‘52 (no otorgó puntos), ’53 y ’54.
Debido a su tradición y singular contexto, en los días de la carrera, el principado se sume en un clima único e inigualable. Cada año, la reunión atrae a cautivantes mujeres, galanes del espectáculo y famosos deportistas, sofisticados autos e imponentes yates. Y a ellos se suman muchos tifosi procedentes de Italia, con lo que el colorido y el bullicio están garantizados.
Obviamente, el estilo de vida y los precios monegascos no están al alcance de cualquiera. Por ejemplo, el alojamiento en alguno de sus lujosos hoteles (el ex Loews, hoy Montecarlo Grand Hotel, el Mirabeau y el de París, entre otros) no baja de los 800 dólares diarios y las reservas deben hacerse con mucha anticipación. Sino conviene buscar un hospedaje algo más accesible en Menton, Cannes o Niza, desde donde se puede llegar en los micros y trenes que conectan los pueblos costeros. Si uno se moviliza en auto, conviene dejarlo lejos del circuito. Es la única manera de evitar el pesado tránsito que impera durante los días de competencia.
Unas de las pocas cosas gratuitas del principado son el cambio de guardia en el Palacio del Príncipe, todos los días a las 11:55, y la entrada a la catedral de 1875 y de estilo neorromántico, construida sobre el emplazamiento de una antigua iglesia del siglo XII. A las máquinas tragamonedas del casino también puede acceder cualquiera, pero para ingresar a los salones privados hay que pagar e elegantemente vestido. Las playas también son aranceladas. Otros sitios e instituciones destacables son el Teatro Princesa Grace, la Opera, la Orquesta Filarmónica y el Ballet de Montecarlo.
En los restaurantes y bares hay que chequear los precios antes de hacer el pedido, aunque en el área peatonal que va de la estación ferroviaria al puerto hay buena cantidad de locales que ofrecen un almuerzo decente por menos de 15 dólares. Au Picin Tapun, en la Plaza de Armas, ofrece especialidades locales por una suma accesible, y en Le Texan, justo arriba del puerto, hay pizza y cerveza económica. En cambio, los más potentados pueden comer en el restaurante Louis XV del Hotel de París; y ya entrada la noche, codearse con lo más granado del jet set en el selectivo night club Jimmy’Z.
Su nombre proviene de la palabra griega “monoikos” porque en el siglo VI antes de Cristo los griegos fundaron una colonia con ese nombre en la actual bahía monegasca. “Monoikos” refiere al dios Hércules, adorado bajo el nombre Hercules Monoecus.
La capital del principado es la ciudad de Mónaco -no Montecarlo, como suele creese- y es famosa por su casino de la Belle Epoque y su museo oceanográfico, que tiene uno de los acuarios más importantes del mundo. El resto del territorio se divide en tres diminutos distritos: Montecarlo, el sector turístico por excelencia, La Condamine, circundante al puerto, y Fontvieille, la zona industrial. Su soberano es Alberto, hijo de los célebres Grace Kelly y Rainiero III, y descendiente de una familia güelfa de Génova -los Grimaldi- que conquistó el territorio en 1297, hasta la invasión y anexión francesa a finales del siglo XIX del condado de Niza.
Mónaco es epicentro de actividades deportivas de fama internacional como el Abierto de Tenis y el Rally de Montecarlo, cuyo mentor, Anthony Noghès, fue también el impulsor del Gran Premio de Mónaco en 1929, cuando el principado realizó su primera carrera para Coches Especiales, el germen de lo que a partir de 1950 sería la F1. Esta temporada, la competencia disputará su 72º edición, ya que sólo cesó entre 1938 y 1947 -por la Segunda Guerra Mundial- y en el ’49; y ya como parte del Mundial, únicamente faltó cuatro veces: 1951, ‘52 (no otorgó puntos), ’53 y ’54.
Debido a su tradición y singular contexto, en los días de la carrera, el principado se sume en un clima único e inigualable. Cada año, la reunión atrae a cautivantes mujeres, galanes del espectáculo y famosos deportistas, sofisticados autos e imponentes yates. Y a ellos se suman muchos tifosi procedentes de Italia, con lo que el colorido y el bullicio están garantizados.
Obviamente, el estilo de vida y los precios monegascos no están al alcance de cualquiera. Por ejemplo, el alojamiento en alguno de sus lujosos hoteles (el ex Loews, hoy Montecarlo Grand Hotel, el Mirabeau y el de París, entre otros) no baja de los 800 dólares diarios y las reservas deben hacerse con mucha anticipación. Sino conviene buscar un hospedaje algo más accesible en Menton, Cannes o Niza, desde donde se puede llegar en los micros y trenes que conectan los pueblos costeros. Si uno se moviliza en auto, conviene dejarlo lejos del circuito. Es la única manera de evitar el pesado tránsito que impera durante los días de competencia.
Unas de las pocas cosas gratuitas del principado son el cambio de guardia en el Palacio del Príncipe, todos los días a las 11:55, y la entrada a la catedral de 1875 y de estilo neorromántico, construida sobre el emplazamiento de una antigua iglesia del siglo XII. A las máquinas tragamonedas del casino también puede acceder cualquiera, pero para ingresar a los salones privados hay que pagar e elegantemente vestido. Las playas también son aranceladas. Otros sitios e instituciones destacables son el Teatro Princesa Grace, la Opera, la Orquesta Filarmónica y el Ballet de Montecarlo.
En los restaurantes y bares hay que chequear los precios antes de hacer el pedido, aunque en el área peatonal que va de la estación ferroviaria al puerto hay buena cantidad de locales que ofrecen un almuerzo decente por menos de 15 dólares. Au Picin Tapun, en la Plaza de Armas, ofrece especialidades locales por una suma accesible, y en Le Texan, justo arriba del puerto, hay pizza y cerveza económica. En cambio, los más potentados pueden comer en el restaurante Louis XV del Hotel de París; y ya entrada la noche, codearse con lo más granado del jet set en el selectivo night club Jimmy’Z.