Mónaco, selecto y glamoroso

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Por su singular contexto, el principado monegasco es sede de uno de los Grandes Premios más esperados del calendario de la F1. Allí se desarrollará este fin de semana la 6º fecha del Mundial 2015. Por Sergio Núñez @F1SergioNez

Si el Principado de Mónaco es de por sí un lugar único, más aún lo es en época de su tradicional Gran Premio de F1, cuando atrae a las más bellas mujeres, estrellas del espectáculo, famosos deportistas, imponentes yates y sofisticados autos. Pero no sólo por eso. ¿Dónde sino un piloto puede caer al mar o tener un accidente en un túnel? ¿Dónde sino una ola pudo trepar hasta la pista y ocasionar un accidente múltiple? ¿Dónde sino es más habitual que el ganador le saque una vuelta a su más inmediato perseguidor? ¿Dónde sino un piloto pudo puntuar tras quedar a 30 giros del vencedor? Sólo en Mónaco.

Mónaco es el segundo estado más pequeño del planeta luego del Vaticano. Con casi dos kilómetros cuadrados de superficie, se erige entre las bajas estribaciones de los Alpes y el Mar Mediterráneo -con cuatro kilómetros de costa-, al sudeste de Francia y a 15 kilómetros de la frontera con Italia. Su nombre proviene de la palabra griega “monoikos” porque en el siglo VI antes de Cristo los griegos fundaron una colonia con ese nombre en la actual bahía monegasca. “Monoikos” refiere al dios Hércules, adorado bajo el nombre Hercules Monoecus.

La capital del Principado es la ciudad de Mónaco, famosa por el Palacio de los Príncipes y su museo oceanográfico, que tiene uno de los acuarios más importantes del mundo. El resto del territorio se divide en nueve diminutos barrios. Los más conocidos, Montecarlo, el sector turístico por excelencia con su casino de la Belle Epoque, La Condamine, circundante al puerto, y Fontvieille, sobre tierras ganadas al mar en los años ‘70.

El soberano monegasco es Alberto II, hijo de los célebres Grace Kelly y Rainiero III, y descendiente de una familia güelfa de Génova (los Grimaldi) que conquistó el territorio en 1297, hasta la invasión y anexión francesa a finales del siglo XIX del condado de Niza.

Obviamente, el estilo de vida y los precios monegascos no están al alcance de cualquiera. Por ejemplo, el alojamiento en alguno de sus lujosos hoteles (el ex Loews, hoy Montecarlo Grand Hotel, el Mirabeau y el de París, entre otros) no baja de los 800 dólares diarios; y para el fin de semana del GP, las reservas deben hacerse con mucha anticipación. De lo contrario conviene buscar un hospedaje algo más accesible en Menton, Cannes o Niza, desde donde se puede llegar en los micros y trenes que conectan los pueblos costeros. Si uno se moviliza en auto, hay que dejarlo lejos del circuito. Es la única manera de evitar el pesado tránsito que impera durante los días de competencia.

Unas de las pocas cosas gratuitas de Mónaco son el cambio de guardia en el Palacio, todos los días a las 11:55, y la entrada a la catedral de 1875 y estilo neorromántico construida sobre el emplazamiento de una antigua iglesia del siglo XII. A las máquinas tragamonedas del casino también puede acceder cualquiera, pero para ingresar a los salones privados hay que pagar e ir elegantemente vestido. Las playas también son aranceladas. Otros sitios e instituciones destacables son el Teatro Princesa Grace, la Opera, la Orquesta Filarmónica y el Ballet de Montecarlo.

En los restaurantes y bares hay que chequear los precios antes de hacer el pedido, aunque en el área peatonal que va de la estación ferroviaria al puerto hay buena cantidad de locales que ofrecen un almuerzo decente por menos de 15 dólares. Au Picin Tapun, en la Plaza de Armas, ofrece especialidades locales por una suma accesible, y en Le Texan, justo arriba del puerto, hay pizza y cerveza económica. En cambio, los más potentados pueden comer en el restaurante Louis XV del Hotel de París; y ya entrada la noche, codearse con lo más granado del jet set en el selecto night club Jimmy’Z.


El glamoroso Mónaco es además sede de otras actividades deportivas de fama internacional como el Abierto de Tenis y el Rally de Montecarlo, cuyo mentor, Anthony Noghès, fue también el impulsor del GP de Mónaco en 1929, cuando el Principado realizó su primera carrera para Coches Especiales, el germen de lo que a partir de 1950 sería la F1.


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